Si como afirman los psiquiatras (apoyados con mucho poder por la industria farmacéutica) los síntomas subjetivos del malestar psíquico son enfermedades como las demás, los valores que se han propuesto desde salud mental perderían su sentido. Si esta ideología triunfa, entonces estos malestares deberían ser atendidos por los médicos psiquiatras o neurólogos, no por equipos de distintas disciplinas, con intervenciones de tipo psicosocial, y con participación de quienes padecen el trastorno, su familia y la comunidad.
Como sociedad estamos desatendiendo a los menores de edad y dejando que la violencia disponga a su antojo. El hecho de que sus desapariciones y muertes se vuelvan materia cotidiana en los medios de comunicación, como algo rutinario, prende una luz roja de alerta que a todos debería preocuparnos, porque se trata de nuestro futuro como sociedad.
La terapia Gestalt nos propone un medio como fin para avanzar en nuestra transformación personal, ya sea por que nos encontramos en un momento particularmente difícil de nuestra vida o bien por que existen elementos que, aunque no llegan a provocarnos una crisis, tenemos la sensación de que no nos dejan avanzar hasta poder desplegar todas nuestras potencialidades.
El niño, ese investigador incansable de cosas sexuales, nada quiere Saber de aquello mismo que motiva su investigación: la diferencia de los sexos. Esa relación al Saber, bien temprana, propia del sujeto infantil, es constitutiva de la sexualidad. En este sentido, por lo demás, la histeria es bien relevante para el psicoanalista: por definición hay que entender por “histérico” o “histérica” al sujeto incapaz de determinar el objeto de su tendencia sexual. ¿A quién amo, a él o a ella? ¿Qué quiere decir que sea yo mujer? Tal las preguntas básicas de la histérica.