El revés de la soltería
Según parece -al menos es lo que revelan las estadísticas-, el número de gente sola aumenta año tras año en las grandes ciudades. Sin embargo, estos números se refieren a la falta de pareja heterosexual.
Pero, aclaremos rápidamente que si bien es cierto que no se trata de una elección forzada, también es cierto que la soltería que inquieta como síntoma contemporáneo no corresponde a una elección ética. El soltero de hoy en día no es un dandy, ni un snob, ni un cínico (en el sentido en que lo era Diógenes, masturbándose en su tonel a la vista de todos), ni un asceta. No es un célibe en lo que esto implica de renuncia (el celibato impuesto por la iglesia al clero, por ejemplo). Tampoco es la soltera de García Lorca, esa soltería femenina porfiada, que hace de la falta virtud.
Se entiende que cuando hablamos de solteros no nos referimos a un estado civil (si bien esto no es indiferente). En castellano el soltero es, como su nombre lo indica, el que esta suelto, y se aplica tanto a los hombres como a las mujeres o a las bestias. Me gusta mucho cuando el diccionario da, como ejemplo: Esos bueyes están solteros, porque permite comprender fácilmente que lo contrario no sería que estuvieran casados. Se entiende así que el revés de la soltería no es ningún pacto simbólico sino un lazo cuya naturaleza diversa trataremos de precisar.
La soltería contemporánea es, más bien, la del desencuentro. Al menos esa es la que llega a los consultorios de los analistas. Y es que aunque el psicoanálisis puede demostrar que la proliferación de los productos de la ciencia favorece el goce autista, y que cada vez es más fácil satisfacer la pulsión sin tener que pasar por el partenaire sexual, lo cierto es que quien ha encontrado una suplencia tan lograda de la relación sexual inexistente no recurre, habitualmente, al consultorio del analista. Es la dura experiencia de los analistas con los verdaderos toxicómanos, por ejemplo. Cuando los hilos del lazo social se aflojan, también se aflojan los lazos con el psicoanálisis.
Para dirigirse al analista, la ética del soltero, la del que toma al pie de la letra la falta de relación con el Otro no sirve. Para dirigirse al analista hay que creer que el encuentro con el Otro es posible, y hay que suponer que cuando no se produce o bien es por culpa del sujeto o bien por la falla del Otro. En una palabra, para dirigirse al analista hay que ser incauto. Y no se trata de ninguna clase de bobería, sino de la posición ética que Lacan recomienda -opuesta a la del cínico-, y única acorde con el discurso del analista.